jueves, 22 de noviembre de 2012

MAREK HLASKO Y EL OCTUBRE POLACO



Marek Hlasko (1934-1969) fue conocido como el James Dean comunista, pero su relación con la Polonia que le tocó vivir está repleta de giros espectaculares que lo llevaron de ganarse la vida conduciendo camiones a recibir los mayores reconocimientos artísticos para después verse obligado a emigrar. Y es que su visión desoladora y cínica de los años de posguerra fue tachada de exageradamente pesimista, algo que nunca estuvo dispuesto a cambiar ni a maquillar para ganarse el favor ni el afecto de nadie.






El contexto:

Desde 1951, Marek Hlasko trabaja como camionero en Varsovia, pero una poderosa inclinación por la literatura, así como un carácter fuerte y franco, lo llevan a convertirse en el protegido de algunos mandamases de la Unión Literaria Polaca, que de la noche a la mañana lo convierten en el escritor ídolo y portavoz de una mayoría oprimida por las fuerzas soviéticas. PERO, las autoridades polacas solo estaban dispuestas a tolerar cierta rebeldía inconformista, aquella que se dejara guiar completamente, cual perro con correa, por las consignas del Partido.

En 1956 tuvo lugar el llamado Otoño Polaco. Se refiere al cambio en la política interna polaca que se dio en la segunda mitad de ese año. Varios factores propiciaron este cambio: la muerte de Stalin en 1953 y la consecuente desestanilización del Bloque del Este; la muerte de Boleslaw Beirut, el líder comunista polaco, en 1956, debilitó también significativamente a la facción estalinista de línea dura en Polonia; además, las protestas de los trabajadores en Poznán (que inauguraron las masivas manifestaciones llevadas a cabo por el pueblo polaco contra el gobierno comunista de la República Popular de Polonia y en las que pedían mejores condiciones de trabajo) fueron un hito importante en el camino hacia la instalación de un gobierno polaco con menor control soviético.

Y Hlasko, embriagado de radicalismo entusiasta (tenía entonces 22 años) y de un impulso creativo inquebrantable, no encajó dentro del modelo de rebeldía controlada que el nuevo gobierno de Wladyslaw Gomulka deseaba, y aquellos mismos que en un principio habían visto en él a la gran promesa de la nueva literatura polaca – otorgándole incluso en 1958 el Publisher’s Award por su autenticidad y su ruptura con las convenciones del Realismo Socialista – pocos meses después lo calumniaron y degradaron hasta el punto de que Arthur Sandauer, el más influyente de los críticos afines al Octubre Polaco, dijo de él:

“… muestra a todas las mujeres como putas y a todos los hombres como tipos duros; todo el mundo sufre la peor suerte y todos los dolores, del alma y del cuerpo, son tratados a base de vodka… peca de un pesimismo exagerado.”

La respuesta de Hlasko fue rotunda:

“No fui yo el creador de esa Varsovia llena de gente asustada; no fui yo el creador de esa Varsovia en la que una botella de vodka es el mayor tesoro para los más pobres; no fui yo el creador de esa Varsovia en la que una mujer es más barata aún que una botella de vodka – ha sido esa Varsovia la que me ha creado a mí. ¿Quién y con qué derecho puede obligarme a callar todo esto?”

Poco después, todavía en 1958, Hlasko aterrizó en París, en teoría como receptor de una beca de la Unión de Escritores Polacos, pero la realidad es que nunca logró regresar a Polonia.

“Tenía veinticuatro años y ocho dólares; era el autor de un libro de cuentos publicado y de otros dos libros que no querían publicar… Aquellos que decidieron enterrarme como auténticos cavatumbas profesionales eran treinta años mayores que yo… Al aterrizar en el aeropuerto de Orly pensé que volvería a Varsovia como mucho en un año. Hoy sé que jamás volveré, pero también sé que nada me gustaría más que estar equivocado al escribir estas palabras.”

No se equivocó, pero lo que no sabía era que su momento de máximo apogeo ya había pasado, ni que la segunda parte de su vida (fuera de Polonia) sería tan turbulenta, caótica y breve. Fue un periodo de once años que le llevaron de París a Jerusalén, Hollywood, Suiza, Italia y Alemania, donde murió en circunstancias aún sin aclarar en Wiesbaden el 13 de junio de 1969. Once años de viajes, mujeres, alcohol, hoteles y mucha literatura que rezuma verdad, como si los temas literarios que escoge hubieran sido siempre antes verificados por sus propias experiencias. Obras como Matando al segundo perro, El próximo en el paraíso, El primer paso en las nubes o El octavo día de la semana hablan de un autor apasionado que desborda talento e imaginación y que nunca se dejó atar, por nada ni por nadie, ni siquiera por la Literatura.